El día 08 de Diciembre de cada año se celebra la festividad litúrgica de la Inmaculada Concepción. Esta celebración no alude al dogma de la doctrina católica que se refiere a la virginal maternidad de María, que afirma que Jesucristo fue concebido sin precisar intervención de varón, y además que María perduró virgen antes, durante y después del haberse sucedido el parto. Lo que recuerda la fiesta de la Inmaculada Concepción es que María, la madre de Jesús, en contraste los demás humanos, no fue afectada por el pecado original sino que desde el momento inicial de la creación de su ser, estuvo limpia de cualquier pecado.
La pureza de lo divino
Desde el punto de vista del pensamiento libre, lo que alude la figura religiosa de la Virgen de la Inmaculada Concepción es a la noción de pureza trascendental, es decir, que sea posible algo totalmente diferente al resto del mundo y que por su misma naturaleza sea capaz de influir en la esencia de lo absolutamente otro. Parecería que alude al pensamiento platónico, en específico a la teoría de las Ideas. Y sin embargo ese mundo de entidades puras, perfectas y eternas es alcanzable, en cierto sentido, para la humana intuición: baste pensar en las obras artísticas de Fra Angélico, magistral pintor del Renacimiento. Con una sensibilidad delicada y atenta, Fra Angélico construye una atmósfera de hermosura cristalina en los trazos finos y en los dorados ornamentos de sus composiciones. Simplemente su obra “La Anunciación” nos demuestra como la pureza divina es concebible, aunque fuese sólo de un modo estético, puesto que la armonía de su elaboración parece transformarse en una meta-referencia del mensaje literal del episodio: la inspiración de Guido de Pietro da Mugello parece expresar por sí misma el primer susurro del ser: “Hágase en mí según tu palabra”.
La pureza del mundo
Pero la posibilidad de ser puro no ha de estar condicionado por un estado de gracia que depende en manera absoluta de los designios celestes: algunos de los seres humanos más brillantes que han existido han pugnado por señalar que la pureza, como un estado de redención y ennoblecimiento permanente, es accesible a todos y que en cierta manera es la fuente principal dotadora de sentido para la existencia. Uno de estos voceros de la esperanza es el poeta florentino Dante Alighieri. Pocos han podido expresar secularmente, sin perder por ello toda su relevancia metafísica, la idea de la Inmaculada Concepción. Dante en su veneración a la hermosa Beatriz, su épico empeño de glorificarla como un ente celestial e inmancillado, nos hace comprender que efectivamente, poseemos la fuerza suficiente en el espíritu para percibir una belleza en ciertos seres del mundo, cuya simple existencia dé razón para la de todos los demás. Cuando Beatriz se aleja de Dante en los confines del Paraíso para integrarse a las potestades celestiales, Dante no puede sino exclamar: “… y aquella que tan lejana parecía, se sonrió y me miró, volviéndose después hacia la eterna fuente.” El concebir la pureza de María, la simple sonrisa del ser más bello del mundo, basta para tener la esperanza de que nuestro ser empeñado en alcanzarle, vale la pena, sólo por ser.